lunes, 28 de abril de 2008

Los Fantásmas del Metro de Beijing

Conozco el metro de Beijing demasiado bien.

Tanto tiempo pasé en sus bancas, tanto tiempo agarré esas barras de apoyo hasta sacarme ampollas, que sus fantasmas se han ido y me persiguen hoy a mí.

Me persigue ahora por las noches el fantásma de un Beijingnes que se afeitaba con cuchilla eléctrica con una mano y en la otra sostenía su equipaje. Quién sabe de dónde venía, o a dónde iba, quién sabe si llegó.

Me persigue la mujer que llevaba una bolsa de quién sabe qué inmunda invención del 7/11 de Wudaokou y me salpicaba salsa soya, el quinceañero con peinado de rey leon y camisa a rayas que en una esquina se cortaba las uñas.

La que hablaba durísimo, el que se recostaba demasiado. Los que no paraban de reirse y los que no paraban de mirarme. Ahí todos se reunían para que yo los observara. Una exhibición de toda condición humana en el rango de los dos yuanes.

Yo también hice de todo en él. Leí a Yourcenar y a Gamboa, hice tarea de chino muy de afán, comí quién sabe que inmunda invención de fanguan de Wudaokou. Dormí, sentada, parada, acunclillada contra la caja del extinguidor siempre en una esquina.

También canté -- y duro, y canté Shakira y me importo cerca a nada que los chinos me miraran porque ellos siempre hacen lo mismo. Me pasé mil paradas, por extranjera, o por despistada, o por una desafortunada combinación de las dos. Me reí. Me di besos. Escuché noticias, hice amigos, practiqué chino. Lloré. Y escribo esto.

El metro de Beijing ha visto qué tan china me puedo volver. Él sigue igual, me ve con los mismos ojos. Sus ventanas empolvadas me ven igual a mí que a los millones de campesinos que entran y salen de Beijing, que son también meseros, masajistas, empleadas.

En esta misma banca un fuwuyuan soñaba con no tener que llegar a atender mesas y recoger las porquerías de los lujos de otros. Aquí una ayi se acordaba con alegría de ese extranjero que le pagaba 15 en vez de 10 yuanes la hora. Las bancas son las mismas, y nosotros todos hacemos lo mismo encima de ellas. Soñamos.

El metro de Beijing nos ve a todos por igual. Pero yo a él lo veo diferente. Antes una mujer desconocida nos decía aproximadamente cada 2-3 minutos que mejor nos zhun bei hao porque ya casi llegamos a la próxima zhan, que es Wudaokou y yo no entendía un carájo. Hoy escucho con intención y sus chillidos me enseñan la ruta.

Esa voz robótica y distante la entiendo, pero no la siento. Ese es el cambio. Porque es regla que me hablan y hablan, y yo no entiendo nada, pero de alguna manera los siento.

Pero gracias a ella ya no me pierdo.


Excepto, si son las 11 p.m. y me monté en la línea que era pero hacia el lado equivocado. Y a las 11:23 p.m. paran el metro. Sin importar dónde. Y estoy en la parada más lejos posible del centro, (la Huoying de la Línea 13) hacia donde me dirigía. Como querer ir a La Candelaria y aparecer en Suba.

Y me bajo, porque qué tan terrible puede ser, solo un par de paradas, todo está bien, cojeré taxi. Pues tan terrible como el tierrero, los almorzaderos chinos y esas luces encandelillantes contra la negrura de noche de campo con que me encontré.

¿Y ahora?

Señor, ¿cuánto hasta el parque Chaoyang? 100 yuanes. Considerando que montarse al metro cuesta dos yuanes, estoy un poco fuera de presupuesto.

Contengo las lágrimas, bajo por la lista de télefonos de mi celular, no sé por qué, ¿pedir ayuda a quién? y el taxista me insiste, 100 yuanes mona, que hasta allá nadie la lleva. Y todos se ríen, porque este márica se acaba de hacer el agosto con esta pendeja.

Muy patética le pido cacao a este señor que vive con sus 7 hijos en una choza de concreto no más grande que mi closet: 80, ay, 80 se puede, hágale, todo bien. Y se compadece, me abre la puerta con alegre resignación y un "Bashi, ke yi." Sí, se puede.

Me monto atrás, qué raye, qué estupida, qué porquería este país, me la hiciste otra vez China, me largo ya. El carrito arranca por carretera destapada levantando polvo, levantando a todo el mundo a su paso, con estruendo de locomotora de los años 20.

El shifu me dice algo, señala al piso, no entiendo. Lo repite, más enfático. Que no hablo chino, ya le dije, no me joda que ahora quiero es llorar. Para el carro. En mitad de una carretera destapada en medio de un sitio en construcción. Perfecto, me van a violar, en el tierrero y en chino.

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Acerca de mí

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Gainesville, FL, United States
Juliana Jiménez was born in Santa Fe de Bogotá, Colombia. She lived there for 13 years before moving to the U.S., on the 10 am flight on June 20th, 2000. Now she is a Journalism (and Frustrated English) Major and Chinese Minor; a Junior, and anxious about it. She speaks Spanish 89% of her time, English 9% and Chinese 2%. Spanish at home, on the phone, in between classes, in writing, in love. English for Academia and renewing car insurance. Chinese only for text-messages with her Colombian-American-Chinese-Swiss older sister and with her Colombian-American-French-Chinese boyfriend. She lived in Beijing, China for a total of 11 months before she was back-stabbed by the Chinese government.

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