miércoles, 31 de diciembre de 2008
viernes, 12 de diciembre de 2008
Formol de Vino Rosado
Al poeta (ni tan) insospechado,
Mira que al momento de viajar, ya se ha llegado al destino desde la mismísima sala de espera: Sala H6, Vuelo 807, Ft. Lauderdale - Bogotá, 9:36 am. Vocecitas chillonas y acentos dulzones, con sonsonete de cello destemplado.
Los Hongkoneses en cambio, hablan como un er'hu enrazado con camarón, pero los Bogotanos hablan con las vocales para arriba, las As como nueves que se quedaron dormidos en mitad de oración.
Pegan y despegan la lengua sobre el paladar con chasqueos de melcocha, como si tuvieran una masa pegachenta entre los dientes y las muelas. Chasquidos de cangrejo y lengüetazos de camello. Ni ellos mismos sospechan lo extraño que hablan.
***
Los expatriados como yo, y tantos otros cerca de mí, no tienen un hogar. Tendrán varios, o no tendrán ninguno, pero nunca uno.
Yo vuelvo a Colombia y siento algo grande que no siento al volver a ningún otro lado.
Pero también me da una cosquilla y media pasar por la 595 y ver los letreros: University Dr., Pine Island Rd., la 136. Hasta la época más insípida de mi vida me produce nostalgia. Qué estúpido. Me dan nostalgia de parte de atrás de moto china pero sorprendentemente resistente. Lo mismo que me da al pestañearle a las luces de colores de la 34 con Archer apenas uno llega de la 75.
La diferencia es que tal vez en Géinsbil es donde he sido más feliz en mi vida. Y en el cosquillometro rankea igual que con el resto. Y eso qué, todos me dan nostalgia es sólo cuando los vuelvo a ver. Antes no.
...Pero me dan.
***
Paso por encima de una isla. Pienso en Puerto Rico. Boricuas comiendo arroz con aguacate. Sí, sí, eso es allá abajo por Guaynabo City. Conmigo no te pongas picky.
Pero no puede ser; esta isla está muy chichipata, mucho verde y apenas tres líneas blancas. Infraestructura, por Dios, gente.
Es alargada y tiene formas como siluetas de Ralph Steadman, de ilustración de libro de Hunter S. Thompson. Seres deformados, boquiabiertos, muertos del odio, del susto, del asco.
El borde norte es blanco, donde están las buenas playas, y ahora, la mala pesca. El agua es clara, poco profunda, y esmeraldesca. Se nota desde acá la espuma que rompe sobre la arena, las toneladas de cadáveres en las que nos encanta explayarnos a absorber un limitado trozo del espectro de luz.
La luz, la luz. Yo también pinto, con tinta, y escribo con luz.
Paso por encima de Popayán.
Sí, sí, es Popayán.
Ah, porque yo sé.
Reconocería a Popayán aunque jamás lo hubiera visto antes y ahora nos presenten a 35,000 pies de distancia.
Es que asómate -- pff, claramente es Popayán.
Crema de sepia densa, caramelo latte, con forma de hilo de humo, humillo que sale del corazón del Magdalena Medio.
¿Ves por allá donde corta la axila del ala del avión?
Eso es el Magdalena Medio.
Tiene pura cara de Magdalena Medio, así como alguien tiene cara de Ricardo sin quererlo, o de Pedraza sin entenderlo.
Eso, claramente, es el Magdalena Medio.
En 15 minutos estiro las piernas. Que se me están disecando ya, a punta de formol de vino rosado (y "espinacas estancadas en las gargantas"). Deshidratadas y adoloridas: Antonia, ese monstruo de 9 cambios y 3 velocidades, me tiene acabada.
Comienza el descenso. Pero me rehúso a subir la mesita retráctil (que si pudiera, me la robaría... aunque en realidad ya sea mía hace muchos vuelos.) Porque escribir es un acto de rebeldía en sí, es rebelarse en contra del olvido, del tiempo, de la muerte -- porque ya, escribí esto y ahí me quedo -- mejor dicho, ya me leíste, ahora tú, trata de desleerme. Ah, sí ves, no puedes. Entonces un acto de rebeldía nunca viene solo, y la mesita es eso, mi gesto simbólico. Así como lo fue mandar mensajitos por celular a los que se dejan y a los que se puede, hasta que se vaya la señal, hasta el último momento, así interfiera con las 47 señales que cruzan el aeropuerto, al avión, a nosotros mismos, ¿y si se nos cae el avión, porque la señal de la torre de control se embolató, se tropezó con un mensajito de texto? ¿Qué? Ese último era importante.
Qué mierderos, cuál descenso ni qué nada. Yo me siento bien arriba todavía. La única manera de que suba esta mesita, sería si caemos ya en picada vertical y se sube sola. Yo no pienso hacer nada por ella.
Paso por encima de montañas. Pienso en Medellín. Viejas buenas, flores, arte y bareta. Sí, sí, tu eterna primavera.
Me cansé. Esto de la mesita está muy ridículo. Me estoy dejando influenciar demasiado por los lectures de mi profesor de Historia del Periodismo, donde todos son genios radicales, todos son extraños y se les aceptaba todo. Qué carájos, pues no la voy a subir, así ni la esté usando para escribir. Sí. No voy a escribir. Por qué no quiere subir la mesa señorita, hágame el favor, nos encontramos próximos a aterrizar. No, no, por nada. Me gusta así.
Así se queda.
Mira que al momento de viajar, ya se ha llegado al destino desde la mismísima sala de espera: Sala H6, Vuelo 807, Ft. Lauderdale - Bogotá, 9:36 am. Vocecitas chillonas y acentos dulzones, con sonsonete de cello destemplado.
Los Hongkoneses en cambio, hablan como un er'hu enrazado con camarón, pero los Bogotanos hablan con las vocales para arriba, las As como nueves que se quedaron dormidos en mitad de oración.
Pegan y despegan la lengua sobre el paladar con chasqueos de melcocha, como si tuvieran una masa pegachenta entre los dientes y las muelas. Chasquidos de cangrejo y lengüetazos de camello. Ni ellos mismos sospechan lo extraño que hablan.
***
Los expatriados como yo, y tantos otros cerca de mí, no tienen un hogar. Tendrán varios, o no tendrán ninguno, pero nunca uno.
Yo vuelvo a Colombia y siento algo grande que no siento al volver a ningún otro lado.
Pero también me da una cosquilla y media pasar por la 595 y ver los letreros: University Dr., Pine Island Rd., la 136. Hasta la época más insípida de mi vida me produce nostalgia. Qué estúpido. Me dan nostalgia de parte de atrás de moto china pero sorprendentemente resistente. Lo mismo que me da al pestañearle a las luces de colores de la 34 con Archer apenas uno llega de la 75.
La diferencia es que tal vez en Géinsbil es donde he sido más feliz en mi vida. Y en el cosquillometro rankea igual que con el resto. Y eso qué, todos me dan nostalgia es sólo cuando los vuelvo a ver. Antes no.
...Pero me dan.
***
Paso por encima de una isla. Pienso en Puerto Rico. Boricuas comiendo arroz con aguacate. Sí, sí, eso es allá abajo por Guaynabo City. Conmigo no te pongas picky.
Pero no puede ser; esta isla está muy chichipata, mucho verde y apenas tres líneas blancas. Infraestructura, por Dios, gente.
Es alargada y tiene formas como siluetas de Ralph Steadman, de ilustración de libro de Hunter S. Thompson. Seres deformados, boquiabiertos, muertos del odio, del susto, del asco.
El borde norte es blanco, donde están las buenas playas, y ahora, la mala pesca. El agua es clara, poco profunda, y esmeraldesca. Se nota desde acá la espuma que rompe sobre la arena, las toneladas de cadáveres en las que nos encanta explayarnos a absorber un limitado trozo del espectro de luz.
La luz, la luz. Yo también pinto, con tinta, y escribo con luz.
Paso por encima de Popayán.
Sí, sí, es Popayán.
Ah, porque yo sé.
Reconocería a Popayán aunque jamás lo hubiera visto antes y ahora nos presenten a 35,000 pies de distancia.
Es que asómate -- pff, claramente es Popayán.
Crema de sepia densa, caramelo latte, con forma de hilo de humo, humillo que sale del corazón del Magdalena Medio.
¿Ves por allá donde corta la axila del ala del avión?
Eso es el Magdalena Medio.
Tiene pura cara de Magdalena Medio, así como alguien tiene cara de Ricardo sin quererlo, o de Pedraza sin entenderlo.
Eso, claramente, es el Magdalena Medio.
En 15 minutos estiro las piernas. Que se me están disecando ya, a punta de formol de vino rosado (y "espinacas estancadas en las gargantas"). Deshidratadas y adoloridas: Antonia, ese monstruo de 9 cambios y 3 velocidades, me tiene acabada.
Comienza el descenso. Pero me rehúso a subir la mesita retráctil (que si pudiera, me la robaría... aunque en realidad ya sea mía hace muchos vuelos.) Porque escribir es un acto de rebeldía en sí, es rebelarse en contra del olvido, del tiempo, de la muerte -- porque ya, escribí esto y ahí me quedo -- mejor dicho, ya me leíste, ahora tú, trata de desleerme. Ah, sí ves, no puedes. Entonces un acto de rebeldía nunca viene solo, y la mesita es eso, mi gesto simbólico. Así como lo fue mandar mensajitos por celular a los que se dejan y a los que se puede, hasta que se vaya la señal, hasta el último momento, así interfiera con las 47 señales que cruzan el aeropuerto, al avión, a nosotros mismos, ¿y si se nos cae el avión, porque la señal de la torre de control se embolató, se tropezó con un mensajito de texto? ¿Qué? Ese último era importante.
Qué mierderos, cuál descenso ni qué nada. Yo me siento bien arriba todavía. La única manera de que suba esta mesita, sería si caemos ya en picada vertical y se sube sola. Yo no pienso hacer nada por ella.
Paso por encima de montañas. Pienso en Medellín. Viejas buenas, flores, arte y bareta. Sí, sí, tu eterna primavera.
Me cansé. Esto de la mesita está muy ridículo. Me estoy dejando influenciar demasiado por los lectures de mi profesor de Historia del Periodismo, donde todos son genios radicales, todos son extraños y se les aceptaba todo. Qué carájos, pues no la voy a subir, así ni la esté usando para escribir. Sí. No voy a escribir. Por qué no quiere subir la mesa señorita, hágame el favor, nos encontramos próximos a aterrizar. No, no, por nada. Me gusta así.
Así se queda.
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Acerca de mí

- J. J. Jimenez
- Gainesville, FL, United States
- Juliana Jiménez was born in Santa Fe de Bogotá, Colombia. She lived there for 13 years before moving to the U.S., on the 10 am flight on June 20th, 2000. Now she is a Journalism (and Frustrated English) Major and Chinese Minor; a Junior, and anxious about it. She speaks Spanish 89% of her time, English 9% and Chinese 2%. Spanish at home, on the phone, in between classes, in writing, in love. English for Academia and renewing car insurance. Chinese only for text-messages with her Colombian-American-Chinese-Swiss older sister and with her Colombian-American-French-Chinese boyfriend. She lived in Beijing, China for a total of 11 months before she was back-stabbed by the Chinese government.