Pero tampoco puedo dejar de pensar.
El metro de la Línea 13 de Beijing se mueve demasiado, atraviesa bosques, comunas, rodea por el norte a la urbe gigante, ajena en su periferia, intocable para mí en sus extremos.
Soy sensible a Beijing por alguna extrañísima razón, pero este metro se mueve mucho y muy lento y el chino de al lado habla demasiado duro y rápido como para chismosearle su conversación. Los siento pero no los entiendo.
Casa largas y duras de ladrillo rojo y ceniciento se alargan a 200 kilómetros por hora. Ni Beethoven en un iPod logra ahogar los gritos del chino. Una sonata de este man no puede contra esos insultos en Beijinghua.
Tal vez la electrónica; solo una música tan pesada como llevadera podría --no contra los gritos del chino, sino contra los míos en mi cabeza, contra mi borrachera y mi incapacidad para controlar mis pensamientos. Tal vez así se canalicen.